Chasquean las uñas varias veces en su espalda, donde tiene las manos escondidas con ese gesto involuntario que de a ratos pierden y otra vez encuentra de nuevo.
Chasquean mientras espera que el día se termine de pie fuera de casa, en frente de la entrada que no quiere cruzar que se niega a reconocer como su único final. Es que desde hace varios días la idea fija de que su fracaso es inevitable lo atormenta, le zumba al rededor como un insecto viscoso y enorme que no le permite aclarar nada en su cabeza.
Piensa en el fracaso y en lo que implicaría reconocerlo, él nunca fue un partidario de reconocer esas cosas, sobre todo porque el fracaso como concepto abstracto a su entender no representa en nada a las situaciones adversas, él lo considera casi como una excusa mediocre. Sin embargo no puede evitar llenar de contenido esa palabra y colgarla sobre si, en parte porque esta descontento con algunas cosas, en parte porque no lo esta del todo con todas las demás. Entonces elige esa ridícula excusa y la vuelve su perseguidor en estos momento, en un intento de despertar y cambiar algo.
Las manos ya no están en su espalda y él ya no esta quieto, avanza hacia la entrada con el fracaso que se inventó procurando no hacer ruido al girar las llaves y con la esperanza de levantarse mañana y no tener que pensar demasiado en todo eso
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