Tomar con la mano un puñado de tierra,
mientras los fragmentos danzan entre los dedos,
y el sol calienta la espalda.
Dejar que la hierba se doble bajo los pies,
y que el frío y el verde desaparezcan tras unos segundos,
para quedarse ahí quieto.
Mirar hacia arriba y seguir así hasta quedarse ciego,
pero seguir viendo a pesar de eso,
porque el destello dura algunos segundos.
Sentir el frío recorrer la nuca,
estremecerse apenas,
y sonreír.
Dejar que pase el tiempo,
porque de todas formas va a pasar,
pero no pretender que vaya a algún lado.
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