Caminaba entre decenas orbes luminosos hacia la luna, tenía las manos gastadas de invierno.
Su ropa, fría y ajena, le quedaba enorme.
Avanzaba sin prisa entre los destellos blancos, con los ojos en el cielo.
El viento soplaba hacia el principio del camino, se ocultó entre las ropas buscando evitarlo.
Respiraba agitado, hacía muchos pasos que caminaba y sin embargo la luna seguía lejos.
Cerró los ojos y se sintió cansado, mas viejo que antes.
Decidió mirarse las manos y se encontró con los dedos de otro, alguien anciano.
La luna ya no estaba arriba, ni en ningún lado.
A su alrededor los destellos se apagaban de a poco, como agonizando.
Se sentó en el suelo y quieto recibió a las sombras.
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