Algunas veces rompo a llorar, mudo en silencio y para mí. Hago de eso un ritual, de mi mismo un oráculo y dejo que esa transición entre mis buenos estados de animo transcurra en penumbras y en soledad. Las lagrimas no recorren mis mejillas, se vuelcan dentro de mi y lavan mi alma, la envuelven en la tibieza y la acurrucan hasta que se apacigua, el dolor raras veces va, solo consigue calmarse. Pero a mi me basta eso, al menos por hoy es así.
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