Otra vez en el mismo lugar, el paisaje no cambió demasiado desde la primera vez que estuve ahí.
El sol, que se asoma, con la costumbre veraniega de estar desde temprano recorriendo el cielo.
El humo subiendo, negro y denso, va a perderse en el azul de un cielo apenas manchado de blanco.
Las banderas ondeando, los brazos tensos y las voces cantando para que retumbe en la fabrica que detrás de nosotros permanece en silencio.
Bajo las zuelas el asfalto gastado y frío.
Frente a nosotros las luces azules, artificiales, que titilan incansables por encima de las cabezas de los guardianes de los poderosos.
Encontrarse de nuevo, después de casi un año, en el mismo lugar y con las mismas personas que compartieron las primeras jornadas de lucha del año que ya se va.
Sosteniendo la misma certeza que parado en el mismo asfalto que hoy, hace ya un tiempo atrás, encontré cuando casi de casualidad me toco aprender una de las lecciones más significativas de mi vida.
Porque indudablemente existen opresores y tienen quien los defiendan.
Y a los oprimidos no les queda otra salida de su yugo que resignarse o pelear.
Hoy me encontré en el mismo lugar, con la misma gente y con la convicción intacta, elijo dar la pelea porque no quiero vivir resignado.