Aquel lugar no tenía nada de diferente, es más, parecía condensar todas las imágenes de bares de mala muerte que el cine transformaron en cliché. No más de cinco mesas desparramadas por la mugrienta sala, dos puertas al fondo del lugar señalaban los baños, el mostrador del lugar parecía arrancado de otro lugar y puesto a la fuerza allí donde estaba, frente a el cuatro paisanos con sus asquerosos vasos casi vacios y sus cabezas gachas parecían ser parte del mobiliario. Repartidos entre las mesas no mas de seis o siete personas sin hacer nada en particular, algunos sorbiendo las bebidas de su copas, otros contemplando casi hipnotizados el destartalado ventilador que le mecía amenazadoramente sobre sus cabezas, casi como esperando que se desprenda en cualquier momento y los arranque de ese endemoniado lugar. El humo inundaba cada rincón del lugar, todos los presentes tenían colgando de sus mugrosas bocas algún cigarro y los que no lo tenían en ese momento en sus bocas lo sostenían entre sus pestilentes dedos, amarillos ya. El dueño de ese lugar por detrás de la barra simulaba ordenar algo debajo del mostrador mientras para si mismo maldecía a los borrachos que mantenían ese lugar rentable, tomando las copas vacías de los paisanos y volviendo a llenarlas para otra vez dejarlas frente a sus respectivos consumidores sonreía observando como se mostraban borrosas las mesas delante de sus ojos, culpa del humo seguramente.
La puerta del lugar de repente se abrió y una brisa nocturna se coló junto con el transeúnte que acababa de entrar al bar, esto pareció molestarles a los clientes presentes que se movieron en sus lugares incómodos casi como si el aire puro de la noche les hiciera mal. Un joven era quien había interrumpido la deprimente monotonía del local, con casi impertinente paso se acerco hasta el mostrador y señalando el vaso lleno mas cercano le hizo comprender al cantinero que el quería lo mismo. El monótono ruido de los ventiladores solo se vio interrumpido por el de la caída del espeso licor en el vaso vacío, luego mientras los ojos del propietario miraban el rostro del muchacho casi como esperando que una queja brotara de sus labios ante tan repugnante bebida, pero no, el muchacho tomo el vaso y sin detenerse en contemplaciones se bebió todo el contenido. Luego de eso se levanto de la banqueta en la cual se había apoyado y arrojando un puñado de dinero sobre el mostrador tomó el camino inverso al que lo llevó hasta su lugar.
Abrió la puerta de par en par y esta vez la brisa nocturna se apodero del ambiente antes viciado y pareció por un instante que en el lugar quedaba todavía algo que valiera la pena, ante este abrupto cambio alguno de los paisanos, aquellos que todavía no estaban completamente embotados por el alcohol, insultaron al muchacho. El joven revolvió entre su abrigo y sacó una botella llena encendió la punta de aquel explosivo y lo arrojó al fondo del lugar.
El fuego parecía que se alimentaba de la suciedad y hambriento devoraba con prisa cada rincón del lugar. Todos los presentes se lanzaron hacia la puerta y en segundos se encontraban desparramados en la calle frente al lugar sin que sus cabezas pudieran comprender nada de lo que había sucedido en los últimos momentos. Sentado en la mitad de la calle, mirando como ardía todo y sonriendo casi con satisfacción ante lo que veía se encontraba el propietario del lugar.
A veces el mejor principio es un abrupto final…